miércoles, 23 de marzo de 2011

maqueta

una maquetilla que formará parte del documental que anda armando armando



lunes, 6 de septiembre de 2010

domingo, 9 de mayo de 2010

martes, 23 de marzo de 2010

La neblina y el viento.



Apenas comenzó el día y el frío de la noche se acumuló con la madrugada. Imposible tocar el agua para siquiera lavarse las manos pues se le acalambraban y entumían, tendría que acudir al gel desinfectante -que también estaba frío- después buscar un trapo cualquiera para que le calentase las manos.


Con los pies era totalmente diferente. No podía tocar el suelo porque estaba helado, habría de hacerse paso por la ropa que estaba tirada en el piso para alcanzar las pantuflas. No había nada en el mundo que se los pudiera calentar. Tenía que hacer un poco de esfuerzo y tallarlos contra el tapete o las sabanas de su cama que ahora ya se iba despidiendo del calor de su cuerpo como cada mañana.


El café esperaba en la cafetera francesa, el agua que puso en la vieja estufa ya hervía y la tetera silbó -o más bien chilló- apurándolo a apagar el fuego. El escándalo prolongadamente dejó de escucharse. El olor del café recién hecho en la mañana se asumía delicioso a esas horas, el vaho de la taza en sus manos le reconfortó el rostro y después el cuerpo.


Hoy tendría que ir a trabajar como todos los días entre semana, menos los sábados en los que se permitía salir a caminar al parque cerca de su casa para ver a las demás personas. Pero hoy no, hoy sólo pasará de largo mientras mira a lo lejos los árboles tan juntos y tan solitarios como él. De cuando en cuando se preguntaba si acaso los parques contenían la soledad de todos, excepto los domingos en que se veían invadidos por niños escandalosos, perros mal educados y padres zombies.


De vez en cuando se veía envuelto en su perfume, esa sustancia con olor fresco- indescifrable todavía para él - que enrarecía el aire y que lo hacía sentir un tanto inquieto. Aquel olor entremezclado de deseo, de inocencia que lo obligaba a tomarla de la mano y acariciarle los nudillo como una afición inútil. Pero ella no estaba ahí, era otra vez su persistente memoria que le acallaba los demás sentidos y lo guiaba jalándolo por la nariz dejando que se deleitase de nuevo, aunque nunca pudiera recrearlo fielmente, sólo la sensación que le producía.


Por extraño que parezca le gustaba sentirse así, un poco simplón y una tanto fuera de sí mismo. Así, como no caber en la piel que lo limita, como estar más allá del mundo material.


Y ese perfume, esa reducción de todo lo que ella representaba se desvanecía como su recuerdo, el de sus nudillos tan suaves , como pequeñas conchitas de mar. De los rincones que le gustaba explorar con su boca también dotada de tacto. De las peleas por cosas sencillas que se hacían grandes. De aquel infatilismo que lo hacía quedarse despierto hasta la madrugada. De su noche boscosa, de su humedad palpitante, de su gemir y su ternura. De su indiferencia que ahora le dejaba un nudo en la garganta y la añoranza de recordar su rostro en el aire cuando una mujer pasa a su lado por las calles.


De alguna manera esos pensamientos , nunca lo llevaban a nada. La tarea de hoy sería la misma del día de ayer así que le daba tiempo siempre de pensar en otras cosas aunque jamás le fueran de ninguna utilidad. Le gustaba dejarse llevar por ese devaneo hasta que el parque quedaba fuera de su vista y llegaba a la parada de autobús en donde podía verse a lo lejos una gran antena, ahora cubierta por la neblina en este día. Un fuerte viento le recordó que seguía haciendo frío y que lo mejor sería encogerse entre sus ropas aunque no le serviría de nada, tan sólo para no sentirse culpable por no contar con abrigo suficiente. Aun armado con sus guantes y bufanda, esa chamarra no podía hacerle sentir un poco de calor.



Escuchó las campanas a lo lejos, pasaba el tranvía, pensó que era mejor tomarlo ahora que había visto su reloj mientras su cuerpo titiritaba y veía que se le había hecho tarde. Corrió para alcanzarlo, el viento frío le insensibilizaba la cara, los pies entumidos lo hacían correr raro y verse muy gracioso a la distancia. La bufanda se le desenredaba, se le escurría entre las piernas y se le escapaba. Él la sintió deslizarse, la miró y se detuvo. Volteó al tranvía que cerraba sus puertas a manera de despedida y se marchaba. Resignado intentó ahora alcanzar a esa prenda que en ese momento se había convertido en fugitiva.


Como en un una cámara escondida, se agachaba y la bufanda avanzaba como jugueteando a ser una musa que no se dejaría atrapar nunca, simulando ser eco en la lejanía. Al fin la alcanzó, miró alrededor para cerciorarse de que el ridículo lo había pasado en solitario, así fue, o por lo menos eso pensaba. Se dio cuenta de que su persecución lo habían llevado, sin saberlo, otra vez frente al parque muy lejos de la parada de autobús. Y justo ahora pasaba el transporte, volvía a perder otra oportunidad. No tuvo más remedio que sonreír intentando no enojarse, total, no habrían de darse cuenta que llegaría tarde, esa oficina trabaja como en automático.


Regresó la vista al parque, frente a él estaba una banca. La humedad y el rocío de la mañana sobre ella no lo invitaban a sentarse, y sin embargo lo hizo. A través de la ropa sintió lo mojado que ya había advertido, pero eso no importaba ahora que se le había nublado la vista sin razón aparente y que las lagrimas le comenzaban a brotar como en torrencial aguacero. No llovía ese día, el agua sobre sus ropas era suya, la misma desazón que hace meses guardaba y que no podía concebir ni siquiera estando tanto tiempo con sus pensamientos.


El viento soplaba levemente e intentaba animarlo a buscar un lugar más caluroso, le movía los cabellos con efusividad. Intentó sacar la mano del guante para secarse el rostro que ahora se sentía como una máscara la cual gustosamente habría arrancado para mostrar la verdadera faz que parecía estar reclamando ahora su espacio.


Temblaba y no era de frío, este había pasado ya a segundo plano hace mucho tiempo. Sentía otra vez ese nudo en la garganta como una mano que le sujetaba fuertemente. Con la respiración entrecortada el aire helado le cercenaba la garganta, se le subía entre las cavidades nasales y se las golpeteaba. Entonces volvió a levantarse un poco menos repuesto que antes. Miró hacia la parada, pero ya no le importó. Se volteó y caminó de regreso a su casa como queriendo regresar el tiempo. Como él quisiera que ella regresara y lo abrazara, para perdonarle todo, para reclamarle nada. Su figura se desvío su camino hacia el parque y se disolvió entre la neblina matutina.

No me olviden por favor.


Desde aquí pude verlo todo, no sé si tuve suerte pero me tocó una posición privilegiada en el centro. Nadie supo explicarme bien con anterioridad por qué se hacían ese tipo de ceremonias o a qué venía todo ese circo de preparar las flores, hacer invitaciones, vestirse todos igual. Todo se fue preparando, parecía que ya se hubiera ensayado con anterioridad, como si llevaran siglos haciendo lo mismo una y otra vez sin descanso.


La gente fue llegando de a poco. Saludaban, se abrazaban , cruzaban un murmullo ininteligible entre ellos y buscaban un rincón lejano para que la tristeza no se les trepara entre los brazos o las piernas. Así evitaban desvanecerse y conseguían privarse de la realidad de lo que tenían enfrente, y eso era yo. Aquí sólo se respira desolación que se contagia rápidamente como un virus.


Al llegar la media noche ya casi todos estaban ahí, los vi llegar uno por uno. Ahora formaban una escolta y se quedaban parados a mi lado acompañando a los cirios encendidos. Era muy gracioso. Podía ver a mis amigos de toda la vida, mil veces estuve tentado a hacer la travesura, levantarme y pegarles un susto de muerte, decirles “deja esa cara larga, sonríe”. Pero puede que sea demasiado para ellos, porque entonces sería, literalmente, un susto de muerte y seguramente estarían acompañándome aquí recostados a mi lado.


Los dolientes llorosos me pesan en el pecho y no puedo moverme. He pasado la noche en vela con ellos, escuchando. No puedo contestar sus cumplidos, no puedo adherirme a sus anécdotas para hacerlas más interesantes. Sólo podía estar aquí, dejando que ellos piensen que hacen compañía, aunque realmente sea para acompañar a los que se quedan.


La noche seguía avanzando así como también el frío que se colaba entre las rendijas de las ventanas de este velatorio. Algunos se tapaban con cobijas, otros más acudían al café que los llamaba incesantemente haciendo que durara la vigilia un poco más, otros simplemente dormían, afortunados ellos.


Ya no disfruto el olor de las flores que antes me entusiasmaba , ahora estoy vacío por dentro porque me han quitado los órganos, se lo han llevado todo. Por eso me parece ridículo todo esto y me causa gran admiración. Con lo fácil que hubiera sido, enredar mi cuerpo en un petate y dejarme ahí en el bosque para que pudiera alimentar a algunas criaturas como ya antes se lo había platicado a todos ellos. Pero bueno, hacía tantos comentarios al respecto que jamás se me tomó ni uno solo en serio.


Llegaba la madrugada, era fría, gris. Que decepción, con lo que me hubiera gustado un amanecer con un sol radiante que tal vez quemaría mis párpados – eso si la caja hubiera estado abierta. Dentro de esta prisión oscura sólo puedo escuchar la música de sollozos entrecortados que sobrepasan los murmullos más allá del silencio.


Cuanta paz, no puedo moverme. Sólo puedo pensar, que todo este relleno satinado es muy cómodo pero eso no importa ahora que estoy muerto. Tanto silencio me lleva a reflexionar en todas esas oportunidades perdidas y sobre el cómo al dejarlas ir también dieron paso a grandes experiencias y aprendizajes. Sobre todo, me altera mucho el qué pasará ahora con Roy, mi gato ¿Quién lo cuidará ahora que está solo? ¿Me extrañará? ¿Se habrá dado cuenta de que ya no estoy ese tonto animal senil?


En seguida viene el sacerdote - me molestan los sacerdotes- ¿Quién lo invitó? Seguramente fue Hortencia, a ella le gusta exagerar. Los rezos son una hojarasca que se va llevando el viento, me arrullan y me aburren. Pero no, no me quedaré dormido, quiero disfrutar el show completo.


Era ya de mañana, la neblina se había disipado con el sol de domingo que salía a saludar. Imaginaba a esos cuerpos ojerosos que tendrían que salir un momento para sacudirse un poco el frío que les entumecía las piernas. Los escuchaba regresar, ir de aquí para allá, estaban ahora muy inquietos. Comenzaron a mover mi caja, ya era la hora entonces.


Me movían mucho, parece que el suelo es más accidentado cuando te llevan cargando. Entre las criptas me llevaban, zigzagueando pues ya no hay mucho espacio entre tumba y tumba, hasta parece que se nos han juntado los muertos. El sol calentaba mi caja y me consolaba un poco, tranquilizándome: nada de esto durará y yo seguiré siempre aquí, me decía.


Mas allá sonaba un grupo que cantaba “Adiós ángel mío, triste es verte partir...” ¡Ajúa! ¿Dónde están las cervezas para acompañarlos? Otro que se va. Me pregunté si aquel muerto lo habría querido de esa manera o si, como estos familiares míos, hicieron lo que se les dio la gana con el cuerpo. Les pedí mil veces que no quería esto, dónde están las vestimentas blancas, las sonrisas y las anécdotas felices que se hubiesen contado. Yo quería ser cremado, quería que mi cuerpo fuera lanzado al mar como torpedo desde un submarino ¿Y mi encuerada de Avándaro que bailaría al son de los tambores? Que gente, tiene que tomárselo todo tan en serio.


A un lado caminaba Hortencia que se desfallecía en cada grito, este circo era suyo y por ende no dejaba de protagonizarlo dignamente como en una telenovela chafa. Ah que mujer, nunca supo escucharme. Ahí cruzaba el cementerio, apoyada del brazo de mi hijo que no sabe bien qué hacer, si llorar, si reír o hacerse el desentendido. Lo voy a extrañar al chico, es un poco pazguato, pero buena persona.


Ibamos ya entre los montones de tierra que se abultaban, algunas tumbas descuidadas y olvidadas, algunos huesos viejos que se asomaban revueltos entre la tierra. Cajas viejas, vacías y rotas. Flores que echaban a perder el agua y la hierba que crecía a expensas de los muertos. El olor y la pesadez de todo eso que me recordaban una y otra vez que yo no quería esto.


Llegamos por fin a mi agujero, todavía lo seguían preparando y tuvimos que esperar. Antes de que me bajaran pensé sobre el final tan anticlimático de toda esta situación. Hubiera sido tan interesante que alguno de los que me cargaban se hubiera tropezado y fuéramos a parar todos al piso, que se abriera la caja para que yo me hubiese salido como queriendo escapar, justo como quiero hacerlo ahora. No me pongan ahí, está muy oscuro. Me da miedo quedarme solo. No me escondan aquí, ya no podré verlos. No me echen tierra, me van a rayar la caja. No me olviden, no me olviden por favor.